Cuando hablo o me hablan de él, se produce una suerte de paradoja, ya que me hubiese gustado haber sido él. Julio poseía una personalidad que siempre me atrajo, y por momentos reflejó parte de lo que fui/soy, sus historias enfermas, lo fuerte de sus cigarros, esa mirada perdida y el gran cariño por el escocés.
Pero a veces me enojo con julio (es un enojo juguetón), ya que él me enseñó como nadar en una pileta llena de gofio, también me mostró el final del juego, una vez me contó sobre la continuidad de los parques, a la vez charló sobre los venenos, e inventó unos simpáticos personajes que llamó: cronopios, famas y esperanzas.
Me enseñaste a jugar a la rayuela, hiciste mal en enseñarnos tus escritos che, Vos nos dijiste encuentren a la maga… y así la veo en todas partes…
Te metiste en la vida de muchos, ayudaste a muchos a elegir con tus elecciones insólitas, cada vez que viajo en la General Paz me acuerdo cuando me contaste de la autopista del sur, no te perdoné jamás que me hayas contado sobre aquella puerta condenada… Julio… Julito, yo quería hacer una vida normal, ser feliz no caer en tus Anillos de Moebius y perder el sentido de la vida, es normal que tomés esto como un reproche ¡eh!. No necesitaba saber que era esclavo de un reloj, o que me enseñes a subir una escalera.
Jugaste con mi niñez y con mis confusiones, me hiciste explorar sensaciones que jamás tuve al leer un libro, me hiciste re leer más de dos veces algunos de tus relatos, me encanta escucharte con ese tono parisino… esa R transformada en GR, ¡ay Julio!, muchas veces te pensé viajando en el tren (ya no hay más tranvías), una vez te me apareciste en el túnel del subte de Buenos Aires rodeado de extrañas criaturas. Cuando llueve veo esas gotas y me viene tu imagen a mi mente, Julio, Julito, te imagino en cualquier lado, viendo todo, escribiendo algo y cagándote de risa.
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