miércoles, 4 de febrero de 2009

Charlando con el libretista…

El que escribe el libreto de mi vida, tiene párkinson, o eso parece, a ello debemos agregarle mi corta memoria que hace que los recuerdos por momento se tornen como “las memorias de un sobreviviente”, a veces claros y precisos otras veces confusos y distantes, pero nada puedo hacer contra ello, ha de ser una cuestión genética o la máxima expresión de cuán colgado soy. Una noche decidí encarar al que escribe “mi libreto”, aunque fue medio tenso todo; simple y directo, me dijo: sino podemos romper el hielo, mejor ahoguémoslo, mientras sacó unos vasos y una botella de buen whisky… como negarme…
Crecí en una casa donde siempre había mirada crítica y también había libros y algunos discos y casetes y sobre todo había libertad. Mis viejos no eran de adoctrinar (por suerte para ellos, jamás me gustó seguir reglas), sino de dejarse ver con el ejemplo. Y uno iba mamando todo eso, a veces el ejemplo era perfecto, otras veces las propias convicciones que ellos mismos fueron sembrando en mi me hacían ver que estaban errados, obvio que no fue hasta cierta edad que tuve el valor de decirlo, a veces airosamente. Los recuerdos comenzaron a salir cual efluvios de mi mente.

Por momentos los recuerdos me llevaban a aquellas tierras a las que siempre me escapaba en el “Sarmiento", el tren que me acercaba al oeste para atender algunos sueños o escapar de algunas realidades que ya a temprana edad empezaban a molestar y fisgonear, allí conocí muchas cosas para las que no estaba preparado, y otras que es el día de hoy que me ayudan a seguir adelante. Un segundo después me acordé de lugano y sus situaciones, me acuerdo del Rifle (o el Shonsy, como quieran ustedes), cachorrito de Rock Star, tirando cañonazos en Lugano I y II ante la mirada atónita de sus amigos, un auténtico Napoleón que aún no tiene el reconocimiento ni la admiración que se merece. Al instante se me vino una imagen fugaz del futuro, de mi futuro departamento, el primer lugar al que me voy a ir a vivir solo… una suerte de déjà vu poco prometedor, pero piedra fundamental en mis futuros planes.

El que escribe el libreto de mi vida, me dijo que a mí me encanta, por ejemplo, descorchar un vino con un amigo y que eso termine en una charla sin apuro, existencial, abarcativa. También me dijo que me gusta mucho repasar la vida... soy una especie de “melancólico serial”, siempre me detengo en las mismas cosas (el pasado, los fracasos, lo aprendido, lo que pude ver, los sueños que aún me quedan). Soy de añorar, me dijo, más agrego yo a eso que no es otra cosa más que una señal de haber andado, no sé si lo suficiente (seguramente no), pero si he transitado y caminado bastante en este corto período de vida que me toca vivir. Respecto a la sabiduría, no precisamos nada.

Medio borracho, terminé la charla con el libretista y cordialmente me despedí para poder dormir un rato. Con un dejo de resaca al otro día le dije a ese amigo de verdad: -Soy torpe últimamente para demostrar el afecto. Me cuesta mucho el abrazo últimamente y entre las promesas que se van quebrando, aun allí escondida está esperando la felicidad.

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