Antes de que este planeta estuviese habitado por hombres y por mujeres, vivían en él pasiones y virtudes. En el planeta Tierra estuvieron viviendo durante cientos y cientos de años y durante toda una eternidad pasiones y virtudes que se aburrían de lo lindo con el transcurrir de los siglos, así que cada día trataban de inventar un juego nuevo al que jugar para que se hiciese más llevadera la larga, larga, larga, larga existencia. Solía ser la imaginación la que proponía los juegos, y un día propuso jugar a la escondida. A todos les pareció bien, todos estaban entusiasmados con la idea, pero claro, ¿quién contaría?. La primera en levantar la mano fue la locura “Yo, yo, yo cuento” . Bueno esta bien, pues a contar. “Poné la cara contra ese árbol y comenzá la cuenta mientras el resto nos escondemos”.
La locura se dio vuelta, puso la cara contra la corteza del árbol y empezó a contar una cuenta imposible “1, 7, 2, 55, 88,
“Amor salí ya que se hace tarde”, pero el amor ya sabéis que es muy indeciso, y no solamente uno tarda en encontrarlo, sino que a veces tarda demasiado en salir a la luz. El amor asustado no salía. La envidia que suele preocuparse bastante mas de los demás que de si misma, se acerco al oído de la locura y le dijo: “El amor esta oculto en esas zarzas”. La locura muy enfadada fue hacia las zarzas y empezó a gritar: “Amor salí ya, se nos hace tarde”. Pero yo les he dicho ya que el amor es indeciso, y una vez que lo encuentras es difícil sacarlo. La locura muy enfadada trato de meter la mano entre las zarzas para sacar al amor de las solapas, con la mala fortuna que se pincho con una espina (es que a veces hacer salir al amor es doloroso). La locura muy enfadada agarró una vara que había junto a las zarzas, la introdujo en el matorral y empezó a agitarla entre las ramas. De repente sonó un grito. De entre las ramas de las zarzas salió el amor con las cuencas de los ojos ensangrentadas.
La locura en su locura al agitar la vara entre las zarzas le había sacado los ojos al amor dejándolo ciego para siempre. Todos se quedaron muy callados mirando al amor con las cuencas vacías, sin saber nadie que decir. Quizá aquella fue la única ocasión en la que la locura habló con un poquito de cordura, por que dijo: “No os preocupéis, desde ahora yo seré sus ojos”.
Y cuenta la leyenda que es por eso que desde entonces el amor es ciego y la locura son sus ojos…
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