La noche se apiadaba de su humanidad, era patético, le generaba una risa bastante nerviosa, tenía muchas cosas guardadas, eran batallas, botines de guerra, pedazos de su existencia… bombas que estallaban en su corazón. Los que lo odiaban y los que lo quieren (al menos eso decían/dicen) día a día le fueron llevando fotos nuevas de él.
Nunca estuvo muy convencido de hacerlo, nunca le gustó mucho, pero esa frase le rondaba en a cabeza: “Uno nace para apostar el cuero, sino mejor no haber nacido”, quizás eso fue lo que lo impulsó, a decir verdad aún es un misterio.
Salió de su casa, tomó un taxi y en el trayecto pensaba si estaba bien o si estaba mal lo que en un futuro (cada cuadra más cercano) iba a suceder. La inseguridad es algo que nunca toleró, más “el que no arriesga no gana” pensó, mientras su corazón aún debatía si era lo correcto o no. Su mirada se perdía en la ventanilla del aquel taxi, pero no observaba nada, las luces creaban sombras que en un momento intento descifrar como una suerte de subterfugio que no cambiaría en nada el dramático final.
-Llegamos!, repitió por tercera vez el taxista insistiendo para sacarlo de esa especie de trance en el cual estaba inmerso. Pagó y bajó del automóvil, se percató que era nuevito, justo como el que él quería, pero eso ya no le importaba.
Respiró profundo, miró hacia el frente y pensó que sólo
Mostró todo lo que llevaba, se dejó palpar y entró en ese mundo de luces brillantes y música ambiental, de la nada el alboroto general de la sala… Pandemónium dijo en voz baja (quizás por temor a ser escuchado) y caminó en círculos hasta que encontró la ventanilla que estaba buscando. Se paró en frente y atinó a volverse a su casa por donde vino. Entendió que ahí comenzaría su experiencia estocástica.
Nunca estuvo muy convencido de hacerlo, nunca le gustó mucho, pero esa frase le rondaba en a cabeza: “Uno nace para apostar el cuero, sino mejor no haber nacido”, quizás eso fue lo que lo impulsó, a decir verdad aún es un misterio.
Sacó su billetera y cambió todo el dinero que tenía encima ($200), inmediatamente y con una sonrisa una chica le dio dos fichas. Sin proferir palabra alguna se dedicó a dar vueltas por la enorme sala. Miró una a una las mesas, observó las caras de los Crupier y de los que en las mesas jugaban, hasta que se decidió por ir a la que tenía el número 7 arriba. Se sentó y un whisky le vino de cortesía.
La inseguridad es algo que nunca toleró, más “el que no arriesga no gana” pensó.
El Crupier hizo rodar la bola y los que estaban en la mesa comenzaron a hacer sus jugadas, él los miraba, los estudiaba, mientras bebió casi de un sorbo aquella medida de escocés que la providencia le envió. Miró el paño y al primer número que le apareció en la mesa le apostó un pleno.
-No va más. Dijo el Crupier.
Nunca estuvo muy convencido de hacerlo, nunca le gustó mucho, pero esa frase le rondaba en a cabeza: “Uno nace para apostar el cuero, sino mejor no haber nacido”, quizás eso fue lo que lo impulsó, a decir verdad aún es un misterio.
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